Desde tiempo inmemorial se celebra
en Araró la fiesta en honor del
santo Cristo. La celebración es el
segundo viernes de cuaresma.
En un principio la solemnidad debió
tener un carácter puramente
religioso. Más debido seguramente a
la grande afluencia de gentes que
acudían a ella de todas partes, fue
tomando en lo exterior un marcado
sabor profano.
Músicas, danzas, juegos de naipes,
peleas de gallos y otras cosas más,
daban y siguen dando a la fiesta del
Soberano Señor un barullo y alboroto
de feria.
Los sacerdotes que han estado al
frente de la vicaría y ahora de la
parroquia siempre han tratado de
contrarrestar ese aspecto de la
fiesta y no han logrado conseguirlo
de una manera permanente.
En épocas pasadas nuestros obispos
ponían especial empeño en conservar
en las festividades religiosas la
seriedad que debían tener.
Intensamente les preocupaba la
moralidad pública. Y aún
algunos de ellos llegaron a prohibir
todo aquello que era ocasión e
incentivo para la relajación de las
costumbres.
En el año de 1805 el Cabildo de
Valladolid en la Sede Vacante que
hubo al morir el obispo D. Fray
Antonio de San Miguel, prohibió la
fiesta de Araró por los excesos que
en ella se cometían. Se ordenó
que al acercarse la cuaresma, la
imagen del señor fuera trasladada a
Zinapécuaro y que en la parroquia
permaneciera hasta la pascua.
Y así se hizo durante varios años.
Más en Zinapécuaro también degeneró
la solemnidad, y en 1817 la
Superioridad eclesiástica dispuso
que en ninguna parte se celebrara la
fiesta. Se cumplió con lo
mandado y durante siete años no hubo
fiesta del Señor ni en Zinapécuaro
ni en Araró.
Un día un grupo de personas de Araró
fueron a suplicar a los Superiores
que les permitieran ya celebrar
nuevamente la fiesta del Señor en su
pueblo. Los Superiores
accedieron a la súplica con la
condición de que se guardara el
decoro conveniente. Aceptaron
los fieles y ellos mismos pusieron
las condiciones que se habían de
guardar en la celebración popular.
(Con licencia
eclesiástica)
|